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14 de agosto de 2025
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La HISTORIA SECRETA de porqué Woody Allen filmó Medianoche en París en el bar Polidor 🔍

Por qué Woody Allen eligió el bar Polidor para ‘Medianoche en París’

🕒 Tiempo estimado de lectura: 2 minutos

En el cine de Woody Allen, nada está puesto al azar. Cada referencia cultural, cada espacio físico, cada nombre, lleva una carga de sentido. “Medianoche en París”, estrenada en 2011, se presenta como una comedia ligera sobre la nostalgia y el desencanto amoroso, pero su verdadera naturaleza es mucho más profunda. La película es, en rigor, una carta de amor a la imaginación como refugio existencial y a la ciudad de París como epicentro del alma bohemia del siglo XX. En ese contexto, la elección del bar Polidor como uno de sus escenarios clave no es un capricho estético: es un guiño cifrado que remite a una tradición intelectual oculta y fascinante.

Ubicado en pleno Barrio Latino, el Polidor es un restaurante fundado en 1845, con mesas de madera comunales, azulejos desgastados y una atmósfera que parece detenida en el tiempo. A diferencia de otros cafés parisinos como Les Deux Magots o el Café de Flore, frecuentados por los existencialistas y celebrados por la industria del turismo, el Polidor se mantiene en un discreto segundo plano. Es allí donde Gil, el protagonista del film interpretado por Owen Wilson, se encuentra por las noches con Hemingway, Fitzgerald, Dalí, Picasso y otros fantasmas ilustres del pasado. Pero hay un personaje que no aparece en pantalla y cuya ausencia es, paradójicamente, el indicio más revelador: Alfred Jarry.

Jarry fue un poeta y dramaturgo marginal, fallecido a los 34 años en 1907, que creó la Patafísica, una parodia de la metafísica. Su propuesta filosófica, deliberadamente absurda, postulaba la existencia de leyes que regulan las excepciones y la supremacía de lo imaginario sobre lo real. En otras palabras, un sistema para pensar lo imposible. La Patafísica no fue un chiste de café: tuvo seguidores notables como Umberto Eco, Raymond Queneau, Joan Miró y el propio Picasso. Y su sede oficiosa fue el bar Polidor. Allí funcionó, por décadas, una suerte de “club” donde se celebraban las virtudes del delirio creativo.

En este punto, la decisión de Allen adquiere una nueva profundidad. Gil, un escritor que desprecia su trabajo en Hollywood y anhela convertirse en un verdadero autor, encuentra en sus escapadas nocturnas al Polidor no solo la fantasía de un pasado idealizado, sino la encarnación de un espacio donde lo imaginario es ley. La película se convierte entonces en una extensión del ideario patafísico: la realidad es apenas una posibilidad entre muchas.

La figura de Jarry refuerza esta lectura. Vivía armado con una pistola (que Picasso adquiriría tras su muerte), circulaba en bicicleta por París bebiendo absenta y escribía textos que satirizaban la lógica y el pensamiento racional. Su obra más conocida, “Gestas y opiniones del doctor Faustroll, patafísico”, es un compendio de episodios delirantes que desafían la causalidad y celebran lo absurdo. Si el surrealismo tuvo una vertiente lírica, la patafísica fue su costado lúdico e insolente.

La película también rinde homenaje a ese linaje. Las escenas nocturnas no son sueños ni visiones, sino vivencias plenas dentro de un universo paralelo donde el tiempo colapsa. Gil no viaja al pasado, sino que accede a una dimensión distinta, una en la que la creatividad, el arte y la libertad tienen jerarquía ontológica. La melancolía por una época perdida se disuelve en el descubrimiento de que el presente también puede ser habitado con imaginación.

No es menor que la película haya sido filmada justo allí. París ofrece escenarios infinitos para recrear la Belle Époque: Montmartre, la ribera del Sena, los jardines de Luxemburgo. Pero el Polidor, con su pátina de bohemia gastada y su historia secreta de rebeliones filosóficas, tiene una carga simbólica mucho más poderosa. El bar no es un decorado, sino un personaje más.

En tiempos en los que la imaginación parece desplazada por los algoritmos y las narrativas se estandarizan al ritmo de las tendencias digitales, “Medianoche en París” recuerda que todavía existen refugios para la mente que se atreve a pensar distinto. El guiño de Allen a Jarry, aunque silencioso, es una reivindicación del derecho a lo excepcional, a lo inexplicable, a lo maravillosamente innecesario.

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