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16 de agosto de 2025
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¿CÓMO ES TURNBERRY? El mágico club de golf que compró Trump en Escocia ⛳

Turnberry: historia escocesa, gloria deportiva y la sombra de Trump

Un faro sobre el Atlántico, los restos de un castillo medieval, héroes de guerra, golf legendario y la marca de Donald Trump en el rincón más hermoso y contradictorio de Escocia.

🕒 Tiempo estimado de lectura: 5 minutos

A veces los lugares cargan más historia que un país entero. Turnberry, en el suroeste de Escocia, es uno de esos sitios donde todo parece haber ocurrido al mismo tiempo: guerras, amores reales, duelos deportivos y ahora, también, marketing político.

Ubicado frente al mar, mirando hacia Irlanda del Norte, Turnberry es un hotel, un club de golf y un símbolo. Un enclave remoto con puesta de sol sobre el océano, faro en un acantilado, campos verdes atravesados por pistas de aterrizaje de la RAF y, en el corazón del terreno, los restos de un castillo del siglo XI que alguna vez fue cuna de un rey escocés. Todo esto fue real, y sigue siéndolo, aunque ahora compite con gorras rojas y logos dorados.

Desde 2014, este rincón de Escocia tiene dueño: Donald Trump. Compró el lugar por 80 millones de libras esterlinas, lo refaccionó, le agregó columnas romanas, merchandising, estatuas, y su omnipresencia. Como suele hacer, Trump no intervino, colonizó.

La historia original es otra. Turnberry fue construido en 1906 por la compañía de trenes de Glasgow, diseñado por el arquitecto James Miller. Durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, el hotel se transformó en hospital de campaña y base aérea. Los aviones Spitfire partían desde allí hacia el frente. Un monumento recuerda a los pilotos británicos caídos. Las pistas de aterrizaje, hoy cubiertas de césped, cruzan aún la cancha de golf. Es historia viva, casi arqueológica, al aire libre.

En las paredes del hotel hay dos placas. Una recuerda que Turnberry es un edificio icónico de Escocia. La otra narra la historia medieval del castillo homónimo, donde vivió la condesa Marjorie de Carrick. Al enviudar, secuestró a Robert de Bruce, se casó con él y dio a luz al futuro rey de Escocia. El mismo que enfrentaría a los ingleses en las batallas más feroces del siglo XIV. Esa historia fundacional, la columna vertebral de la identidad escocesa, hoy tiene un hueco: Trump convirtió los restos del castillo en un puente de golf.

A Escocia le robaron una ruina y la cambiaron por una postal.

No es la única intervención. Trump sustituyó el emblema del club —una bandera escocesa— por un escudo caricaturesco de sí mismo. En el lobby, hay pilas de libros suyos, gorras de campaña y fotos. El hotel —que funcionó como hospital de guerra— ahora parece un showroom político. No es que se haya borrado el pasado. Lo maquillaron.

Hace poco, el edificio fue vandalizado con pintadas a favor de Palestina. Un ataque simbólico, claramente desubicado, que fue rápidamente corregido. Pero el mensaje de fondo parece más amplio: Turnberry se ha vuelto un lugar de disputa. Ya no solo de golf, sino de memoria, poder y propaganda.

Y sin embargo, Turnberry tiene una belleza innegable. El faro Stevenson, de 1875, se alza sobre un acantilado con vistas irreales. En 2022, la familia del autor de esta nota vivió allí una semana. Un privilegio que no tiene precio, ni ideología.

Muy cerca, se encuentra el monumento a los pilotos británicos que murieron en combate. La historia militar de este lugar está tallada en piedra, no en mármol. Su dignidad no necesita estridencias.

Pero lo que hizo famoso a Turnberry a nivel global no fueron ni las guerras ni los castillos. Fue el golf.

La gloria deportiva tiene aquí su cumbre en 1977. El Abierto Británico se convirtió en una final épica entre Jack Nicklaus y Tom Watson. “El duelo bajo el sol”, como se lo llamó. En el último hoyo, Watson superó a Nicklaus por un solo golpe. El gesto posterior fue histórico: Nicklaus lo abrazó y le dijo, con hidalguía: “Lo que importa es nuestra amistad.” Una frase que entró al panteón del deporte.

Treinta y dos años después, Watson volvió. Con 60 años, lideró los cuatro días del torneo. En el último hoyo, a punto de repetir la hazaña, erró un putt corto. Perdió en el desempate contra Stewart Cink, a quien el público insultaba por haber ganado. Una mezcla de tragedia y homenaje, un drama escocés en clave deportiva.

Pese a esta historia dorada, la R&A, que organiza el British Open, no ha vuelto a elegir Turnberry como sede. Argumentan que está demasiado aislado. Lo que no dicen, pero todos saben, es otra cosa: nadie quiere darle a Trump un torneo que lo catapulte mediáticamente. La escena de un helicóptero aterrizando entre los hoyos con el expresidente saludando a las cámaras es un espectáculo que el golf británico no está dispuesto a tolerar.

Así, el campo espera. El paisaje permanece. Y la tensión entre historia y presente sigue viva. Turnberry representa una paradoja: el lugar más hermoso de Escocia, atrapado en la peor postal.

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