Trump, el fantasma de Epstein y la radicalización como método
Perseguido por los fantasmas del pasado, acosado por la economía y desautorizado por los líderes que dice admirar, Donald Trump muestra un comportamiento cada vez más errático. Y cuando los líderes se enroscan en sus propios problemas, se vuelven peligrosos.
La figura excluyente de estas horas es, sin dudas, Donald Trump. El expresidente está atrapado entre datos económicos que no lo favorecen, enemigos imaginarios, y el espectro de Jeffrey Epstein, que lo persigue como un muerto incómodo. La semana pasada echó a la jefa de estadísticas laborales porque los números de empleo no le cerraban. No corrigió la política, ajustó la realidad: despidió a quien la reportó.
Trump también acosa, cada vez con mayor saña, al presidente de la Reserva Federal por negarse a bajar las tasas. Lo insulta, lo presiona, lo amenaza. Es un caso de acoso político en tiempo real, algo que no se había visto jamás en la institucionalidad estadounidense. Y en paralelo, muestra un vínculo extraño con Rusia: critica a Medvédev, pero mantiene intacto su silencio sobre Putin. No logra liderar ni en el conflicto de Gaza, ni en la pulseada con China, ni siquiera en su propio país.
Pero lo más inquietante no es lo que hace, sino por qué lo hace. Trump está acorralado. Y cuando los líderes se ven atrapados, radicalizan sus posiciones. No por ideología, sino por supervivencia. Lo peligroso no es que un presidente sea autoritario: lo peligroso es que lo sea cuando ya no tiene otra cosa a mano. En eso, ojalá Milei tome nota. Porque gobernar en tiempos inciertos no es solo administrar problemas: es evitar que esos problemas nos conviertan en caricatura.