Trump se radicaliza ante la adversidad y Milei podría estar siguiendo el mismo camino.
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En estos días, donde la política se confunde con el delirio, reaparece una figura que encarna el desorden con precisión quirúrgica: Donald Trump. La última: echó a la directora de Estadísticas de EE.UU. porque los números no lo favorecían. Acusa complots, persigue funcionarios, hostiga al titular de la Reserva Federal y coquetea con Moscú mientras su pasado con Jeffrey Epstein lo muerde desde las sombras. Un expresidente que se radicaliza no por ideología, sino por miedo. Miedo al juicio político, a los datos, a la justicia, a la historia.
Y acá, en la Argentina, no estamos muy lejos de esa dinámica. En la víspera del cierre de alianzas, el PRO se sacude por dentro, Mauricio Macri vuelve al tablero sin revelar su juego, y Milei arranca su campaña envuelto en un silencio institucional preocupante. Mientras tanto, se multiplican las listas testimoniales en el conurbano y aparecen denuncias serias de inteligencia interna que rozan la ilegalidad. Lo dije antes: los líderes se radicalizan cuando ya no saben cómo responder. Si esto es una tendencia global o apenas una casualidad latinoamericana, está por verse. Pero el patrón se repite: cuando el poder tambalea, gritan más fuerte.