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24 de octubre de 2025
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REUNIONES ENTRE LLA y el PRO: se definen las alianzas 👀🤝

Carry trade, malos modales y la fragilidad del orden: señales desde la calma

Mientras el dólar se contiene y el Gobierno apuesta al negocio del momento, la política se hunde en un barro discursivo donde las formas reemplazan a las ideas y los líderes globales coquetean con los márgenes del sistema.

🕒 Tiempo estimado de lectura: 7 minutos

El dólar se ha calmado. O, para ser más precisos, el tipo de cambio ha sido contenido dentro de la banda flotante por la acción quirúrgica del Banco Central. Esta relativa tranquilidad, más cerca del techo que del piso —un matiz importante— no representa otra cosa que un breve respiro dentro del clásico modelo de estabilización argentina: tasas altas, presión sobre el consumo y la promesa del carry trade.

El informe semanal de la Fundación Capital, esa usina técnica que en algún momento dirigía Martín Redrado, lo resume con claridad: no hay condiciones para una corrida cambiaria. El Banco Central, nos dicen, tiene herramientas para evitarlo. Hay pesos restringidos, tasas bien positivas y dólares disponibles —futuros y líquidos— para intervenir si hiciera falta. Una especie de seguro de cambio, aunque con letra chica.

Desde este escenario, emerge un patrón familiar. Con dólar planchado y tasas volando, se reabre el juego del negocio financiero más antiguo y eficaz de la Argentina contemporánea: el carry trade. Comprás pesos, los colocás en activos rentables, esperás y después te vas. Una coreografía que el país ha perfeccionado como especialidad autóctona.

Lo curioso —aunque ya no sorprendente— es que este juego nunca dura para siempre, pero siempre vuelve. Y mientras dura, produce algo parecido a una sensación de estabilidad. Una pausa que no es calma, sino estrategia. Un simulacro de normalidad montado sobre un andamiaje artificial.

En el terreno político, el panorama no resulta más alentador, aunque sí más pintoresco. Las internas, los dimes y diretes, el tira y afloje entre La Libertad Avanza y el PRO, construyen una especie de novela de enredos donde todos los personajes buscan protagonismo sin guion.

Mauricio Macri juega al póker de las resistencias. No queda claro con qué cartas, pero las hace valer. Lo que parecía un acuerdo inevitable entre el oficialismo y el PRO ahora se matiza con condiciones, vetos implícitos y guiños cruzados. Un pacto sin afecto, de esos que sólo se firman por desesperación electoral.

En paralelo, el presidente protagonizó un evento recaudatorio en la Fundación Faro, ese think tank que opera como incubadora de ideas libertarias, conducido por Agustín Laje. Durante su intervención, dejó caer una frase que, por lo que implica más que por lo que dice, resuena como una admisión velada:
“Discuten las formas porque no pueden debatir ideas”.

La frase revela más de lo que pretende. En tiempos donde la rabia ha reemplazado al programa, y la descalificación al argumento, el problema no es la forma, sino la ausencia de sustancia. El presidente ha basado su comunicación en el insulto como método, la provocación como identidad y el maltrato como marca. No es nuevo. Pero sí parece haber alguna señal de que incluso entre los propios, el hartazgo empieza a aparecer.

A lo mejor, alguien en su entorno —con números en la mano— le susurró que insultar todo el tiempo ya no rinde. Que la épica del enemigo permanente desgasta. Y que si bien gestionar la rabia es parte de la política moderna, no alcanza con eso para gobernar. Tal vez por eso ahora se insinúa un viraje: insultar menos, aunque sea por conveniencia.

En el escenario internacional, las comparaciones son inevitables, y no siempre favorables. Jair Bolsonaro, en Brasil, enfrenta un proceso judicial serio, con prisión domiciliaria, restricciones de comunicación y la posibilidad real de una condena por intento de golpe. Trump, en cambio, hizo lo mismo y zafó.

El contraste entre la solidez institucional de Brasil y el espectáculo judicial estadounidense es llamativo. En el país vecino, los mecanismos de control se activaron sin dilaciones. En el norte, la confusión entre show y justicia parece haberse vuelto estructural. El expresidente norteamericano, ahora nuevamente candidato, transita su campaña entre tribunales, micrófonos y arengas populistas.

En ambos casos, el patrón se repite: líderes que tensan el sistema hasta el límite, y sistemas que responden de forma desigual. La democracia, como se ha dicho muchas veces, es más fuerte que sus actores, pero también más frágil de lo que creemos.

Volviendo al terreno económico, lo que queda es un interrogante de fondo: ¿cuánto puede durar esta paz cambiaria basada en tasas siderales y dólares estratégicamente administrados? ¿Y qué pasa cuando el juego deje de ser rentable?

Porque si algo enseña la historia argentina es que los momentos de “calma” como este no son sostenibles, sino administrados. Se parecen a una anestesia: calman el síntoma, pero no resuelven la causa.

Mientras tanto, el consumo sigue golpeado, los precios amenazan con subir por el arrastre del dólar, y el riesgo país se mantiene alto, a pesar de todo. Un país en pausa, pero no en marcha.

Y entre tanto, el negocio sigue. Algunos harán diferencia. Otros apenas sobrevivirán. La política entretiene, los economistas proyectan y el ciudadano espera. Como siempre.

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